Esta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que si pedimos algo conforme a su voluntad, él nos oye.
– 1 Juan 5:14
Hace varios años, estaba enseñando en Sendai, Japón. El 1 de septiembre de 2001, tenía programado volar de Japón a Inglaterra para dar el discurso principal en una conferencia cristiana allí. Después de que mis charlas terminaron, no tuvimos tiempo suficiente para tomar el tren al aeropuerto de Tokio, así que mi anfitrión decidió llevarme en coche las 240 millas.
Cuando estábamos a punto de partir, un gran tifón azotó Japón. Oramos y decidimos continuar hacia Tokio con fe durante las varias horas de conducción en condiciones peligrosas. Los bien desarrollados sistemas de Radio y GPS en Japón nos informaban constantemente de las devastaciones del tifón. La autopista estaba cerrada hasta Tokio, excepto por unas 25 millas delante de nosotros y 25 millas detrás de nosotros. Durante todo el camino, esta burbuja de protección nos rodeó con luz solar y seguridad, como resultado de la gracia de Dios.
Está claro, por muchos incidentes como este, que Dios reina. A menudo, sin embargo, no prevalecemos sobre la gracia de Dios por falta de fe e incluso porque nos sentimos tontos y reprendidos por el mundo por pensar y creer en la Providencia de Dios.
Cuando los alemanes estaban a punto de superar a las tropas inglesas en Dunkerque, el rey de Inglaterra convocó a la oración nacional y una increíble pared de niebla apareció para impedir que los alemanes vieran y ganaran la guerra.
Muchos incidentes como este deberían abrir nuestros ojos y corazones a la oración. No es cuán fuerte es nuestra fe, sino cuán fuerte es Dios. Es mejor tener poca fe y un gran Dios, que una gran fe y un pequeño dios. Estamos llamados a ejercitar nuestra fe.
Dios moverá montañas.
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